LA CIUDAD FANTASMA

La narrativa se centra en la transformación de Poble Nou en Barcelona, específicamente la demolición de edificios entre 1987 y 1992 para dar paso a la sede de una villa olímpica. El fotógrafo Martí Llorens documentó este proceso utilizando una cámara estenopeica, logrando imágenes de gran impresión fantasmal. Para Llorens, la destrucción de estos edificios representaba un ejemplo de la cosmología wagneriana, evidenciando el inminente choque de ideologías y de intereses económicos al servicio del "progreso".

En este contexto, se aborda la reflexión sobre la fotografía como documento. Michael Schmidt enfatiza la "autenticidad" del contenido fotográfico en un manifiesto donde sostiene que el documento no debe ser cuestionado, ni por la generación actual ni por las futuras. Esta perspectiva destaca la importancia de la fotografía como un medio para capturar y preservar momentos auténticos de la realidad.

A su vez, Joan Fontcuberta plantea la idea de que un fotógrafo nunca puede ser un extraño en el entorno en el que trabaja, ya que al estar cerca de la sociedad que fotografiará, se convierte en parte de ella. Se menciona el ejemplo de Martí Llorens, quien además de ser fotógrafo, participó activamente en el proceso de demolición, informándose y sincronizando el derribo con el tiempo necesario para obtener las imágenes deseadas.

La mención de Hiroshi Sugimoto y su grabación de la proyección completa del largometraje enfatiza la conexión entre la fotografía y el tiempo. Sugimoto destaca que el material sensible a la luz es la fotoquímica y que el "tiempo" de todas las imágenes es el mismo, simbolizando la eternidad y gobernando simultánea y claramente todos los momentos del tiempo. Esta reflexión subraya la capacidad única de la fotografía para capturar instantes fugaces y, al mismo tiempo, ofrecer una representación atemporal de la realidad.

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